CONVERSACIONES INFINITAS CON ALFONSO DE LA TORRE
Reflexioné, viendo la obra de Nicolás Lisardo (Las Palmas de Gran Canaria, 1978) y leyendo su pensar, que, si se me permite, es artista con la cabeza en llamas. Un término que refiero a veces para citar a creadores reflexivos e inquietos que, como es su caso, promueven el traslado a otra dimensión mediante una sucesión de efectos de extrañeza. Como quien propone un viaje perceptivo hacia un lugar ignoto, la indagación formal que se aprecia en la obra de Lisardo es siempre múltiple, en evolución y de difícil aprehensión. Siendo lo resultante una creación poseída por una inquietud encontrada con factores como el recuerdo y la malinconia, estoy pensando en sus miradas sobre el barcelones Poble Nou, su Bronx particular, dirá. Serán motores de nuevas ideas subsistiendo la proclama de que el arte, que vive de tensiones, no es sólo mera contemplación. El arte, esa central de fuerzas, como decía Walter Benjamin, parece en nuestro tiempo obligado a contar la Historia, como si no hubiese sido narrada y tuviese el artista tal deber. Lisardo actúa como un último lector a la búsqueda y exhumación de un mundo arrumbado entre las ruinas del presente. Como en aquellas novelas de Faulkner, Lisardo afronta en sus obras el relato, no existe nada que no forme parte de él.
LIBRES PARA EMPEZAR
Leyendo a Jean-Luc Nancy recordé tu trabajo, que había repasado recientemente. Ya sabes, partiendo de la nada se configura un espacio. Mi primera pregunta tiene que ver con algo del filósofo francés, pues pienso que tu quehacer tiene el sustrato de quien filosofa en torno al espacio en derredor. Las obras que construyes son el objeto de la exposición, pero también de alguna forma te expones tú mismo, en el sentido del riesgo y desnudez ante los demás, como artista. Abrimos y configuramos un espacio, antes inexistente, ahora existente a través de tu propia mirada.
¿Podrías comentar esa relación entre tu obra y tu pensamiento, así, para comenzar?
Al plantear dichas obras, lo que pretendo en el fondo es construir mi propia experiencia, para poder entender cuáles han podido ser los errores que en el pasado me han conducido prácticamente a ese abismo donde parece estar contenido el tiempo. Al mismo tiempo, buscaba respuesta al alcance y profundidad de la psique humana. Lo que realmente ansiaba encontrar con esta introspección, era ese espacio vacío ilimitado donde puede contenerse todo el conocimiento. Ese lugar que aún no había sido profanado. Ese espacio limitado e ilimitado a su vez se encontraba en un sótano oscuro, al igual que el Aleph de Borges. En aquel pequeño reducto de oscuridad donde lo siniestro o lo ominoso (Unheimliche) Freudiano, parecen tener sentido; la nada parecía haberlo cubierto todo de un aparente misterio en el que se encontraba mi espiritualidad.
Pasando del plano metafórico al existencial, el abandono que describen dichas obras podrían simbolizar también que: para asumir esta condición he debido asimilar un sinfín de derrotas. He llegado a comprender la necesaria asunción del fracaso, que, en mi caso particular, es fruto de mi propia relación incestuosa con la sociedad. Por lo tanto esos edificios desmaquillados por la acción erosiva del tiempo, lo que escenifican una crítica voraz a ese maelstrom laberíntico que comforma la materialidad en la que damos forma a nuestra experiencia.
VER E IMAGINAR
Cuando reflexionamos, re/citamos ahora a Walter Benjamin, prevalece la imaginación que ha iluminado previamente rincones oscuros del ser. Imaginación capaz de regir nuestro (entonces nuevo) destino, creándose “un espacio para la interpolación de los rasgos más insospechadamente oscuros o claros (…) esto incluye todo lo que hemos leído y lo que hemos soñado, ya sea despiertos o durmiendo. ¿Y quién sabe cómo y dónde podremos abrir otros espacios de nuestro destino?” (BENJAMIN, Walter. Juguetes. En “Gesammelte Schriften VI”. Madrid: Casimiro, 2015, p. 54).
Te quería preguntar sobre la relación que hay en tus creaciones entre lo que contemplas y el imaginario, lo inconsciente.
Hay que afirmar que todo en la naturaleza nace de una pulsión destructiva. Por esta razón debía entender primero el grado de alienación y subyugación en el que estamos inmersos. Para poder proponerme este cambio tuve que dejar atrás todos esos miedos e incertidumbres que tanto angustiaban a mi espíritu, para poder recuperar de forma utópica el terreno de la recreación personal que había quedado atrás en mi infancia. Consideré oportuno, que si quería volver al campo de la idealización, de plena dominación de mi imaginario, debía retornar al origen de mi propia recreación. Lo que estaba haciendo realmente era recuperar mi libertad como individuo en esta sociedad. Gracias a esta labor llegué a entender, que lo que debía criticar, era realmente lo que me había incapacitado. Lo que intentaba encontrar realmente hace décadas era mi propia originalidad, que la sociedad y su acción desmedida habían atrapado en mi inconsciente bajo capas y capas de impurezas a modo de un palimpsesto.
Había descubierto la forma de acceder a la inmortalidad, y el arte desde esta perspectiva puede convertirse una manera de vivir insólita. El arte de la revelación deja de ser de esta forma, un vestigio de su propia ruina como afirmase Jean-Luc Nancy, para convertirse en la sublimación del ideal más puro de belleza aunque esto comporte evidenciar lo que más nos atormenta.
UNA LUZ DE GRISALLA. LA ARQUITECTURA Y EL TIEMPO, SÍMBOLOS DEL CUERPO
Tus obras, pareciere pintadas con el tiempo. Semejare, pienso, iluminadas por una luz de grisalla. Dice verdad quien dice sombra, ahora es la palabra incinerada de Paul Celan. Incinerado, qué buen término, como creo lo es también la presencia de un cierto “duelo” en la forma de mirar el mundo (arquitecturas y ciudades, el paso de tiempo y las transformaciones, como símbolo del cuerpo). He pensado en quienes podrían habitar tus casas, sus barrios, por ejemplo aquellos bardos de la palabra perdida y su vaso de escarchada negrura: pienso en Anna Ajmátova, Antoni Artaud, Ossip Mandelshtam, Syvia Plath o Marina Tsvetáieva.
Desearía me hablases sobre esto que da título a la pregunta.
(“Somos sombras errantes”, concluyendo, veo citas tú a Pascal Quignard. “Gris sobre gris”, como dijera Schubert, iracundo y espantado).
Al igual que la grisalla es una técnica que pretende una uniformidad en la composición; la degradación, el aparente olvido y el profundo silencio que envuelve a mis obras dan aún más sentido a esa tonalidad metafísica que pretendo en mis creaciones. En realidad sin saberlo, había dado continuidad a los efectos que pretendieron en el pasado artistas canarios a los que considero pilares fundamentales en mi concepción del arte. Hablo de Néstor y Manolo Millares. En el caso de Néstor, utilizaba barnices para envejecer sus obras y que así adquiriesen un cierto argot clásico, que atestiguara el paso del tiempo para dar sentido a esa acción simbolista que en el fondo pretende el iluminismo. Millares en cambio, entiendo que en su acción destructiva lo que intentaba era desposeer al cuadro del tiempo para conseguir un efecto de total desubicación y extrañeza. Retornado al fondo del cuestionamiento el cuerpo como símbolo de la decadencia.
En mi caso particular podrían representar las limitaciones que debe sufrir el viviente, por haber sido condenado a estar recluido en un cuerpo el tiempo que se le haya asignado en vida. Estas representaciones son inexorablemente el residuo de una sociedad post apocalíptica, que sólo puedo llegar a entender de forma crítica desde las limitaciones que establecen nuestra propia corporeidad. La sociedad al igual que el cuerpo, es un espacio de reclusión donde se haya contenida la energía de un número ilimitado de personas. Por tanto, el cuerpo al igual que el espacio de reclusión donde establecemos nuestras relaciones de poder, escenifica una carga para el alma, ya que este está predestinado a padecer, a perecer y a fracasar en su empeño por aferrarse a la vida. El viviente en cambio encarna la infinitud del tiempo y la inmortalidad del pensamiento. Lo que entiendo es que al igual que el cuerpo, las fachadas de esos edificios abandonados a un destino incierto, son la más absoluta y perversa abominación.
EL ESTUDIO. LAS MANOS… LA LENTITUD…
Viendo una filmación en la que se muestra tu actividad en el estudio, se observa la mucha reflexión que hay en tus procesos creativos, el carácter paciente y la importancia del trabajo manual. Y pensaba que tus obras, que son “pinturas” como escenas o “escenarios”, tienen algo de narraciones de la memoria, narraciones oscilantes entre la fantasmagoría y la magia. También la historia encerrada en la memoria de esas construcciones de aire dramático.
La lentitud, podría ser el título de esta pregunta, que refiere el elogio del trabajo manual entre el vértigo vano de nuestro tiempo.
El tiempo carece de medida cuando estás enfrascado en la recreación y representación de tu propia voluntad. Por tanto, el tiempo será el que justifique la objetivación y consumación de las ideas, en el plano performativo de las obras. En realidad lo que busco con esta inter-acción entre Eidos y forme es un golpe de efecto que está más allá de las sensaciones que puedes experimentar con la simple contemplación. La lentitud, podría ser el título de esta pregunta, que refiere el elogio del trabajo manual entre el vértigo vano de nuestro tiempo.
PINTAR, MIRAR EL MUNDO
Escenarios donde se desarrollan diversas situaciones, que pienso a veces son como eso que dijera Artaud sobre Van Gogh, puertas ocultas hacia un más allá posible, pero también, es muy importante, un cierto desafío, al devolver tu mirada al mundo. Proposiciones en forma de escenas que representan las quebraduras del mundo que nos rodea, eso que comúnmente se conoce como realidad.
La pregunta, ahora, te la haces tú mismo, permíteme: qué piensas ha podido suceder en nuestra cultura para que, en el esplendor del progreso, el ser humano (y su entorno) se haya roto (este último término es de Millares, otro constructor-destructor).
Me viene a la mente una respuesta demoledora que propuso Walter Benjamin en una de sus citas más valiosas: “La catástrofe es que todo siga igual.” La principal causa que puedo albergar es nuestra desconexión con el mundo escénico. Vivimos dentro de una caja negra donde se superponen sucesivas cajas que sólo pueden alentar la destrucción del ser del conocimiento. La sociedad, esa máquina de despiece, esa fábrica de muerte y desolación decadente en la que cohabitamos con total condescendencia, ha apartado al ser del camino de la idealización, de su verdadera esencia humanística y su único propósito es degradar la humanidad de los individuos a la contemplación hedonista de su propio ocaso. Estas limitaciones fundamentan dicha espacialidad como símbolo circunstancial de esa verdadera decadencia. Por esa razón para emular ese estado de la consciencia que porto en mi interioridad, reduzco la escala de la perversión de su objetivación funcional a la miniatura, para relegar su imperativo a esa mínima esencia y que finalmente el individuo vaya entendiendo que debe buscar alternativas.
Con esta acción, lo que pretendo en el fondo, es la objetivación de la voluntad, no la reedición de la mera representación, para que esos objetos puedan identificarse con esa presencia negativa que prácticamente hace agonizar a la sociedad y los límites que establece el cuerpo. En el fondo de la cuestión o como conclusión, lo que pretendo realmente con mis obras es que el espectador reflexione sobre la concepción aberrante de la misma sociedad y su materialismo para producir paulatinamente un acercamiento a esa concepción ideal del espacio utópico, donde debería converger finalmente la humanidad.