Art Madrid'23 – ARTE E INTELIGENCIA ARTIFICIAL: ¿EL FIN DE LA CREATIVIDAD HUMANA?

Los usos de la inteligencia artificial (IA) se extienden a diversos aspectos de nuestra realidad con potenciales aplicaciones que van desde el diseño de patrones de comportamiento social, la predicción de fluctuaciones económicas o el tratamiento de datos para el desarrollo de medidas políticas en tiempos de crisis. Todo ello nos muestra un porvenir futurista que aún seguimos viendo como una película de ciencia ficción, quizás en gran parte, debido a la abundancia de explicaciones y el uso de términos que nuestras mentes aún no son capaces de trasladar a un plano tangible. Además, la unión de los vocablos “inteligencia” y “artificial” para referirse a estos avances, genera a su vez una sombra de duda sobre el valor que la intervención humana sigue teniendo en este contexto. ¿Llegaremos a ser prescindibles?

Pierre Fautrel, del colectivo Obvious, “Edmond de Bellamy”. Retrato creado con IA, 2018. (Imagen de Christie's)

El mundo del arte no es ajeno a esta realidad y muchos aventuran que el arte realizado mediante inteligencia artificial será el gran movimiento artístico del siglo XXI. Aunque las investigaciones sobre estos métodos comenzaron en las últimas décadas del siglo pasado, el asunto ganó popularidad desde que en agosto de 2018 se subastó por primera vez en Christie’s una obra realizada por inteligencia artificial: Portrait of Edmond de Belamy (2018) que fue vendida tras más de seis minutos de pujas por 380.000 euros. Al poco tiempo, sucedía otro tanto con Memorias de los transeúntes I (2019) de Mario Klingemann, subastada en Sotheby’s por 46.450 euros.

Es un hecho que en los últimos años, el arte y la inteligencia artificial (IA) han comenzado a converger en un campo creativo emergente. La IA ha demostrado ser una herramienta valiosa para los artistas que buscan nuevas formas de expresión y exploración creativa. Desde la producción de arte generado por algoritmos hasta la interacción entre humanos y robots, la IA se ha posicionado como una herramienta para abrir nuevos caminos en el mundo del arte. Una de las aplicaciones más notables de la IA en el campo de las prácticas artísticas es la producción de arte generativo o procedural. Y es que los algoritmos pueden aprender patrones y estilos artísticos y luego crear nuevas obras de arte basadas en ese conocimiento. Esto ha llevado a la creación de un tipo de piezas disruptivas y sorprendentes. Además, la IA está permitiendo a los artistas crear proyectos interactivos que cambian en tiempo real en función de la interacción con los espectadores. Por ejemplo, los visitantes de una exposición pueden interactuar con un robot artista que usa IA para crear obras de arte únicas basadas en la conversación y los gestos de la experiencia a nivel usuario.

Entre los principales inconvenientes que surgen al tratar el arte realizado con inteligencia artificial es el cuestionamiento de la autoría, concepto que, en el territorio de la producción artística, está íntimamente vinculado a la creatividad, el talento o la genialidad. El temor de ser sustituidos por una máquina levanta suspicacias. Y posiblemente no sea tanto por reconocer el alarde técnico de programar un algoritmo capaz de crear una obra de arte, sino por la inseguridad que produce en el espectador el no poder distinguir si una pieza ha sido creada por un ser humano o por una máquina. Es un terreno resbaladizo, que sin duda, afecta a algunos de los principios fundamentales de nuestra concepción del arte y la creatividad, pues siempre hemos considerado que estas son cualidades genuinamente humanas e imposibles de replicar.

Mario Klingemann, "Memories of Passersby I". Instalación de la obra subastada en Sotheby's. (Imagen de La Vanguardia)

En conexión con este tema, surgen otras dificultades como el reconocimiento de la autoría y los derechos de propiedad intelectual asociados a la obra. ¿Quién es el verdadero creador? ¿Podría un algoritmo ver reconocidos sus derechos de copyright? En realidad, la respuesta a estas incógnitas es sencilla, ya que tales derechos sólo son aplicables a los seres humanos. El futuro, no obstante, está por escribir y quizás lleguemos a un mundo distópico (o utópico) donde las máquinas disfruten también de este reconocimiento. Mientras eso no suceda, la inteligencia artificial siempre será el resultado de un trabajo de diseño y programación auténticamente humanos que da lugar a los códigos y algoritmos que luego se emplean, en este caso, para crear arte. Aunque existe el término “creatividad computacional” para referirse al estudio del comportamiento del software cuya actuación y resultados pueden considerarse creativos, aún no se ha dado la tesitura en que dudemos de la creatividad humana. De hecho, en los años 50 se había diseñado el test Turing para analizar el grado de inteligencia que mostraba un software. Conforme a este método, si en un conjunto de objetos, en el que se habían mezclado algunos hechos por ordenador y otros hechos por el hombre, no se podían distinguir unos de otros, entonces es que el software inteligente funcionaba correctamente. La prueba original consistía en un listado de preguntas que la máquina debía responder, algo muy similar a los interrogatorios representados en Blade Runner para identificar a los replicantes.

Lars Dietrich, “Lily. A Modernised Music Box”. Colección SOLO.

Hoy sabemos que el concepto de inteligencia es una noción compleja y que viene determinada por muchos factores del individuo, por lo que dar una respuesta coherente a una pregunta dada no sería suficiente para determinar si hay verdadera inteligencia. Es más, este calificativo aplicado a los códigos programados de la actualidad viene a identificar más bien la “autonomía” con la que estos software y algoritmos trabajan. En todo ello conviene tener presente que para generar una nueva obra, es necesario alimentar previamente una base de datos que permita al código identificar patrones y replicarlos en una creación diferente. Nada de esto puede hacerse solo; desde la elección del banco de imágenes hasta la configuración del sistema de codificación específico que se elabora, cuya sintaxis puede orientar a la máquina a identificar movimiento o identificar retratos, el factor humano sigue siendo imprescindible.

Obra creada con DeepDream. Programa desarrollado por investigadores de Google en 2015.

Aunque nos asalten las dudas y la incertidumbre, debemos reconocer que la incorporación de la inteligencia artificial abre un horizonte de posibilidades infinitas en el que muchos creadores quieren adentrarse. Se trata de una ventana más de exploración que contribuye a expandir los límites de lo factible y facilita nuevos lenguajes en los que muchas veces se requiere la intervención del espectador. Desde hace tiempo, y especialmente desde el comienzo del nuevo milenio, el arte quiere trascender sus espacios habituales y superar la tradicional relación contemplativa que durante amplios períodos de tiempo ha mantenido con el público. Ahora se hace necesario que el mensaje cale a través de una participación activa de los espectadores, que sea precisamente el público quien ayude a completar el discurso o intervenga de algún modo en el resultado final de las obras. Y para esto, la inteligencia artificial es una herramienta que permite explorar nuestra creatividad hasta donde seamos capaces de permitírselo.

 

En el año 2020 en el centro de Barcelona nacía una galería errante, la misma que en febrero de 2021 se estrenaría en Art Madrid con una propuesta expositiva centrada en el retrato contemporáneo; con esta temática lograría crear un poderoso diálogo entre obra y espectador y hacer que el sello Inéditad quedará plasmado en el historial del evento que le contenía.

Jean Carlos Puerto. Protección. Óleo y pan de cobre sobre tabla. 60 x 48. 2021. Imagen cortesía de la galería.

Desde esa primera vez y hasta hoy, la galería errante ha conseguido construir proyectos sobre la otredad, ha recolocado en el punto de mira los discursos sobre el colectivo LGTBIQ+, ha consolidado una nómina de artistas que comparten sus principios de resiliencia y empatía y lo mejor, es que continúa apostando desde la profesionalidad y el compromiso por darle voz a la diferencia.

Claudio Petit-Laurent.. El Joven de la Perla. Óleo sobre madera. 30 x 30 cm. 2023. Imagen cortesía de la galería.

Inéditad Gallery, de la mano de su fundador Luis López, sus colaboradores y con las posibilidades infinitas, manifiestas en las obras de los artistas que representa, es una galería que ha demostrado su capacidad y valentía para - desde el arte- estimular la sensibilidad del espectador y seducir a una generación que se mueve entre la ventana de cristal y el relato analógico. Inéditad es una galería nómada que ha aglutinado a su alrededor una comunidad de artistas y ha movido el contexto con proyectos expositivos que piensan el arte LGTBIQ+ despojado de rezagos y prejuicios.

Pepa Salas Vilar. Las marcas del arcoiris. Óleo sobre lienzo. 40 x 50 cm. 2022. Imagen cortesía de la galería

El pasado 8 de junio en el Carrer de Palau núm. 4 de Barcelona (local de Canal Gallery), quedó inaugurada la exposición colectiva Orgullo y Prejuicio. Una muestra que recoge los trabajos de dieciséis artistas: Abel Carrillo, Alex Domènech, Carlos Enfedaque, Silvia Flechoso, Jamalajama, Daniel Jaén, Claudio Petit-Laurent, Jean Carlos Puerto, Fernando Romero, Pablo Rodríguez, Pepa Salas Vilar, Jack Smith, Pablo Sola, Bran Sólo, Elia Tomás y Utürüo. Pintura, ilustración, fotografía y arte digital son las manifestaciones que ponen a dialogar alrededor de cincuenta piezas cuidadosamente hilvanadas, en una línea discursiva que aborda un fenómeno tan latente como el de la discriminación. Para conseguirlo, los artstas invitados a la muestra se cuestionan si: ¿existe la discriminación dentro del colectivo LGTBIQ+?

Cartel de Orgullo y Prejuicio. Imagen cortesía de la galería

Con aproximaciones sobre y a partir del cuerpo, la propuesta invita a celebrar la diversidad, propone cuestionar y autocuestionarse los prejuicios y las actitudes de la sociedad hacia el colectivo. Orgullo y Prejuicio es un espacio para dialogar sobre los constructos que nos impone la sociedad. Es también oasis en el que se deconstruyen con tolerancia y respeto las subjetividades que en ocasiones nos impiden acercarnos a la producción de los artistas participantes, simplemente porque “lo bello” no cabe en un cuerpo andrógino. El sometimiento de los estereotipos son pulsados con determinación para encontrar la beldad de lo diverso en otras facetas palpables de la realidad.

Pablo Sola. All men are dogs. Fotografía. 2014. Imagen cortesía de la galería

La performance de Inéditad a lo largo de estos tres años ha estimulado la proyección reivindicativa hacia las malas prácticas, ha cuestionado estamentos en torno al cuerpo LGTBIQ+ y lo más admirable, es que estas capacidades han resurgido en torno al diálogo y a la narrativa visual de las historias que se relatan desde lo visual: Obras que son personas, arte que es, per se, humanidad. Superar las imposiciones y aceptar lo diferente para seguir luchando contra la homofobia, la bifobia, la lesbofobia o la transfobia y defender la igualdad de derechos que todas las siglas del colectivo se merecen en nuestra comunidad.

Eso es Orgullo y Prejuicio: Una criatura, la más feliz del mundo. Y tal vez otros proyectos y otras personas lo hayan dicho - o sentido- antes, pero ninguna con tanta justicia.

Silvia Flechoso. Hola, soy maricón. Óleo sobre lienzo 73 x 54 cm. 2023. Imagen cortesía de la galería

Desde el 8 y hasta el 22 de junio se podrá visitar Orgullo y Prejuicio. Carrer de Palau núm. 4. Espacio de Canal Gallery. Barcelona.