EL PAISAJE EVOCADOR
26 nov. 2019
actualidad
Parece que el arte contemporáneo ha dado en reflexionar sobre la relación del individuo con el entorno poniendo el punto de mira en la modificación del medio natural, la invasión, la ocupación, la apropiación y el acotamiento. La construcción de muros, el levantamiento de edificios, la urbanización de la escena… son temáticas hoy íntimamente conectadas con otras grandes preocupaciones de nuestro tiempo como el calentamiento global o la sobreexplotación de recursos. En esta tendencia se advierte una adaptación del lenguaje artístico a los dictados tecnológicos de nuestro tiempo, y un uso recurrente de materiales, disciplinas y técnicas que incorporan una gran carga visual al tiempo que ahondan en un mensaje de denuncia, que va más allá de las imposiciones estéticas.
La priorización del discurso ha desplazado la tradicionalmente reinante composición. Estamos en la era de que el formalismo ha perdido vigencia, y la atención se traslada al eclecticismo, la reutilización y el valor de la narrativa. La mayoría del arte contemporáneo se define como un medio que canaliza la crítica de nuestro tiempo, que condensa la preocupación de las nuevas generaciones, la visión pesimista e incoformista ante un futuro incierto y el cuestionamiento de los valores de una sociedad acomodada y consumista.
A pesar de ello, algunos autores siguen recurriendo a elementos más tradicionales para condensar sus deseos expresivos. El destierro de la belleza como motivo y fin en el arte ha dado paso a creaciones que, si bien incorporan tecnologías al alcance de todos y emplean un lenguaje más cercano, no tienen la estética entre sus prioridades discursivas. Sin embargo, la apuesta por escenas y composiciones más clásicas suponen una rara avis que renueva el legado pictórico heredado y supone una forma de recuperar un acercamiento menos intervenido al entorno. Al mismo tiempo, la vuelta al paisaje sirve para poner en valor la naturaleza y generar un sentido de responsabilidad sobre su cuidado y conservación.
Así es el trabajo de Wilbur Streech (Fullerton, California, 1914) e Hiroko Otake (Tokio, 1980). Si bien para esta última la influencia del arte tradicional japonés resulta algo esperable, también se aprecian reminiscencias niponas en la obra de Streech. En ambos casos, el paisaje y la flora se convierten en motivos principales de unas propuestas artísticas que buscan la serenidad y el quilibrio de espíritu a través de la contemplación natural. El predominio de veladuras, la superposición de capas y las tonalidades suaves crean una atmósfera de ensoñación y misticismo. Su trabajo nos invita a disfrutar del contacto directo con el medio, de la experiencia pura de la observación y el silencio.