SIMBOLOGÍA Y PAN DE ORO EN MARÍA JOSÉ GALLARDO
1 ago. 2018
art madrid
Visitar la obra de María José Gallardo es, en ocasiones, como adentrarse en un rastrillo de objetos de segunda mano, hacerse hueco entre sus estanterías y recoger las cosas más extrañas, más conectadas con la parte oscura de la religión y la muerte. Barajas del tarot incompletas, pendientes desparejados, cajas de metal descoloridas, fotos cuarteadas, cruces y calaveras, conforman un muestrario de elementos disonantes que, en la obra de esta artista, adquieren sentido y entidad. Es una invitación a un viaje iniciático, una travesía que nos enfrenta a una parte inexplorada de nuestras mentes y que muchas veces se despierta ante la viveza de un recuerdo.
Su propuesta artística se basa en un mezcla de estilos que juega con el equívoco y las múltiples posibilidades plásticas de la pintura, como su obra “Puede que usted no sea luminoso, pero es conductor de luz” donde se identifican motivos vegetales pixelados, que podrían pasar por un bordado a punto de cruz desenfocado o un tapiz del siglo XVII enmarcado entre volutas de madera dorada. Sus piezas rara vez incluyen un solo elemento. Se presentan como alegorías de la propia complejidad del pensamiento humano, de la urdimbre de ideas y sensaciones que nos vinculan con la realidad objetual de nuestro entorno, y que la artista representa con una estética que se alimenta del Rococó y el Horror Vacui, de la imaginería religiosa barroca y de la ilustración contemporánea basada en fuertes contrastes y contornos angulosos.
Aunque a lo largo de su carrera María José ha trabajado propuestas muy diversas con temáticas dispares e incluso arriesgadas, como la serie dedicada a Hitler y el nazismo, aspecto esencial de su obra es la presencia del símbolo. Es ese elemento capaz de condensar valores inmateriales que el individuo en sociedad atribuye al objeto. Muchas de sus obras recuperan esos significados, que van de lo esotérico a lo terrenal, de las conexiones con las creencias religiosas a su proyección sobre aspectos más mundanos y materialistas como las representaciones de poder, de riqueza o de posición social. María José aborda estas cuestiones respetando en gran medida la representación tradicional de estas esferas, que conservan su estética propia y cuya tradición plástica se remonta a los inicios de la iconografía (religiosa o no) occidental. Por este motivo, el recurso al pan de oro y la reproducción de espacios de culto, como catedrales o templos, guarda una profunda conexión con la espiritualidad y la forma en que los colectivos han trasladado dicha espiritualidad a la realidad tangible.
Las obras de la exposición “En el bosque encantado” son un catálogo de seres mágicos, de esos que habitan los rincones habituales de los cuentos de hadas y que hacen su aparición entre ramas de flores y rayos de luz. Pero fiel a su estilo, María José despliega todo su potencial pictórico en estas piezas, que no esconden un lado oscuro que se enfrenta al tan manido “happy-ending”. Se construye así una narrativa más próxima al relato original de hermanos Grimm. Su propuesta nos mira de manera franca y ofrece una visión menos truculenta y más sincera de la historia en la que todos estamos invitados a participar.