Art Madrid'24 – PERFORMANCE Y SONIDO EN LA PASADA EDICIÓN DE ART MADRID

Cuando se trata de indagar en nuevas disciplinas artísticas, a veces resulta complicado definir lo que el presente y el futuro nos deparan. El propio concepto de “arte contemporáneo” se va desplazando en el tiempo desde el momento actual para englobar no solo lo más inmediato, sino lo creado veinte años atrás. Así, lo que hoy calificamos de contemporáneo dejará de serlo pasadas dos décadas, al igual que dejó de serlo el arte de los años 70 u 80, entonces denominado también como tal. Ante un adjetivo móvil y voluble como este, los esfuerzos de definición, tan propios del academicismo que nos sigue empapando, de la necesidad innata del hombre en sociedad por entender su contexto, de la tendencia a consolidar la profesión haciéndola pivotar en torno a términos que resulten habituales y comprensibles, resultan un tanto infructuosos. La realidad nos ofrece un panorama que ha aprendido a eludir las etiquetas, que responde a un impulso creador avezado e incontenible para el que no valen las nociones heredadas.

Imagen proyectada durante la performance de Iván Puñal

En este contexto, Art Madrid ha querido organizar en su pasada edición un programa de acciones en el que dar cabida a manifestaciones híbridas que apuestan por el arte de nueva generación, donde el encorsetamiento de fondo y forma está ya superado. En esta programación, el hilo conductor venía dado por la conversión de cada acción en una experiencia para el espectador, en una vivencia que superase la barrera más contemplativa del arte para abrir un diálogo directo con el observador. Uno de los platos fuertes del programa eran las performances que tuvieron lugar durante la propia feria, con una variedad de propuestas que amplían la comprensión que se tiene de este término y nos adentra en una realidad creativa irrepetible, que solo puede ocurrir en ese momento y lugar.

Para todos los que no habéis podido asistir o incluso para los que queréis rememorar, os traemos un recordatorio de dos de esas performances, en las que uno de los elementos de base era el sonido y la sincronización con la imagen. Nos referimos a la performance “RRAND 0-82” de Iván Puñal, que tuvo lugar el miércoles 26 de febrero, y la de Arturo Moya y Ruth Abellán, “Tonel de las Danaides”, del viernes 28, durante la feria Art Madrid’20.

La propuesta de Iván Puñal es una obra única e irrepetible, basada en la interacción del autor con las imágenes proyectadas y la creación de música en directo. Por eso, cada puesta en escena de “RRAND 0-82” genera una pieza nueva, hecha de cero a partir de la sugestión y el diálogo abierto entre imagen y sonido.

Este proyecto se basa en un sencillo planteamiento: ¿existe la verdadera libertad? ¿Hasta qué punto nuestros actos están predefinidos por factores que no elegimos? ¿Dónde comienza la auténtica consciencia, el control del “yo”? El cuestionamiento de nuestra capacidad de decisión, la aparente ilusión generada en nosotros mismos de que elegimos libremente nuestro destino y el rumbo de nuestras vidas, contrasta con la constatación de que hay muchos elementos que nos vienen dados (entorno, situación social, lugar de nacimiento, genética, etc.), e incluso hay neurocientíficos que afirman que la inmensa mayoría de nuestra actividad cerebral es inconsciente. Siendo así, ¿a qué responde el concepto de libertad, es un término vacío de contenido?

Sobre estas premisas, Iván Puñal plantea una intervención en vivo en la que trata de explorar los confines de la decisión humana y su capacidad de respuesta ante las situaciones impredecibles. Para ello, sobre la base de una lluvia de imágenes generadas por un algoritmo no predictivo, el artista se propone crear sonidos que las acompañen y que al mismo tiempo modifiquen el comportamiento de la fórmula matemática para que continúe su proceso de elaboración visual. De este modo, se alimenta un mecanismo que se nutre de sí mismo y donde la intervención humana trata de ser lo menos controlada, previsible y condicionada posible. El resultado es una obra audiovisual única, creada en el mismo instante con una puesta en escena envolvente y cautivadora que juega también a ofrecernos una representación aproximada de la aleatoriedad y el libre albedrío.



De distinto cariz es la performance de Arturo Moya y Ruth Abellán. El título “Tonel de las Danaides” alude a un relato mitológico en el que 49 de las 50 hijas de Dánao son condenadas a rellenar eternamente de agua un tonel sin fondo tras haber asesinado a sus esposos en la noche de bodas por mandato de su padre. Las hijas de Dánao se casaron con los 50 hijos de su hermano Egipto, como señal de reconciliación tras una larga enemistad, pero todo era una treta para eliminar la posible descendencia de Egipto y aniquilar su poder. De todas las hijas, solo la mayor, Hipermnestra, salvó la vida a su marido.

Este relato se toma muchas veces como referencia para representar la dicotomía entre la obediencia a los padres y la realización de un acto prohibido, pues en la narrativa clásica Zeus castiga inicialmente a Hipermnestra por desobediencia, si bien más tarde, en el juicio del Averno, sale absuelta mientras se condena a las otras 49 hermanas. Igualmente, esta historia recoge la idea de repetición, de eternidad y de fluidez, a través del agua que las Danaides deben verter constantemente en el tonel, en una acción infinita que no libera su frustración.

La performance propuesta por Arturo Moya y Ruth Abellán se inspira en esta narración mitológica para tomar el constante flujo de agua como punto de partida visual de una acción sonora que ambos protagonizan frente al público. Los performers cantan uno en la boca del otro, encerrando el sonido que emanan y representando la imposibilidad de que se propague al exterior, en una acción cíclica e hipnótica que se sincroniza con la imagen proyectada a sus espaldas.

En ella, vemos a los dos performers empapados por el agua, un agua cuyo caudal se hace más denso o débil en respuesta al propio sonido que ellos emiten en directo al cantar. Pero no hay ningún tonel que se llene, el agua no deja de caer, la voz no acaba de salir… Y todo forma parte de una acción en vivo donde, por encima de todo, sobresale la enorme intensidad de las miradas, la compenetración de dos intérpretes que responden a un impulso alimentado desde la intimidad y la reserva, que cantan el uno dentro del otro cuando al mirarse sienten que deben hacerlo y que se sumergen metafóricamente en un espacio acuoso y translúcido que nos conmueve y sobrecoge.





 

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